sábado, 24 de octubre de 2009

Luparia y estratosfera - Bienvenida


Cuando pasan ciertas cosas las razones que nos sirven para olvidarlas son casi o mas fuertes que la misma naturaleza humana. Simplemente aunque el acueducto esté a punto de colapsar nos quedamos ahí, frente a la muerte que se atreve a pasarnos la mano por el cabello como si el silencio que cada día nos acongoja no significara absolutamente nada. Por eso lo mejor de las cosas que están aconteciendo dejan simplemente una hojita en el camino. Y nadie más que yo la pisa, y la revienta en su estertor de vegetal agónico.

Y de repente la luparia se despliega como si yo fuera parte de ella. Y en su millar de flores creciendo de manera diferente contra el sol anglosajón de nuestro sur aportillado por la gringería (un amigo dice que esto se transforma en un puterío enorme, y vaya que si) que nos zurca cada verano, con sus sonrisas de aquí es todo tan bonito, aquí me quedaría a vivir, aquí el aire, que el perro, que el gato, que hasta los pájaros que en medio de la calle nos cagan la cabeza se ven bonitos. ¿Cómo es eso? Ni la mas remota idea, a veces pienso que los gringos están medio locos.

Y no voy muy lejos de la verdad en todo caso.

Y así, sin tomar en cuenta las presuposiciones de las personas que a veces se sorprenden con el caballero del pelo de color casi amarillo, la luparia crece mirando en la estratosfera la magia que la circunda, y las plantas que crecen, emergen bellas de las ciudadelas de pastos que en cada casa de gente bien se van formando, como llamadas por la profesía de la belleza de la gente rica. Y en la casa de los pobres la luparia crece, emerge de la floresta interminable de llantos cuando escasea el pan, emerge y la van cortando, porque el rico siempre dice que los pobres no tenemos gusto para elegir las plantas.

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